Despilfarrador, viajero y, por encima de todo, libertino. Pero también gran escritor, erudito y filósofo. Así fue Giacomo Casanova, y así, en todas sus dimensiones, se muestra en sus “Memorias” , por primera vez en España, sin cortes ni censura. A lo largo de más de 3.600 páginas, el amante perfecto se muestra en toda su esplendorosa, lúbrica y autodestructiva humanidad y nos desvela un siglo XVIII tan absorto en la pasión como en el raciocinio.
“Va y viene a todas partes, con una cara franca y la cabeza en alto, bien vestido… Es un hombre de unos 40 años como máximo, buen mozo de aspecto saludable y vigoroso, de piel muy morena y ojos vivaces. Lleva una peluca corta de color castaño. Por lo que me han contado, tiene un carácter descarado y despectivo; pero, sobre todo, tiene mucha labia y, por consiguiente, es ingenioso e instruido…”. Este retrato, realizado por un agente de la inquisición veneciana, es de los pocos que se conservan de Giacomo Casanova. Detrás se escribe la leyenda de un hombre de baja cuna – sus padres eran comediantes – que se relacionó con reyes, obispos y genios de las artes, como Voltaire, con quien mantuvo discusiones literarias, o Mozart, con el que llegó a colaborar. Casanova hizo del juego amatorio un oficio, acometió empresas como la creación de la Lotería Nacional Francesa y protagonizó huidas como la de la famosa prisión veneciana de Los Plomos, a la que fue a parar por asunto de una estafa y de la que se libró con ingenio, convirtiéndose en una especie de héroe que era reclamado en todos los salones para narrar la aventura.
Ahora, de la mano de Atlanta, llegan a las librerías españolas, íntegras, en estado puro, sus célebres “Memorias” tal como las concibió, sin los cortes ideológicos o morales de la censura a que fueron sometidas empresas anteriores. Así, se incluye – completo – un revelador episodio de onanismo y homosexualidad, tratado más sutilmente que el lesbianismo, que se muestra en escenas más explícitas.
Casanova, en compañía masculina, contempla a tres ninfas bañándose en un estanque a la luz de la luna, y pasa a relatar: “El delicioso espectáculo no pudo dejar de excitarme enseguida, e Ismail, loco de alegría, me convenció de que no debía tener escrúpulo alguno, animándome, por el contrario, a dejarme llevar por los efectos que la voluptuosa vista debía despertar en mi alma y dándome él mismo ejemplo”.
Detalles ocultos. Suculenta narración que en las ediciones de Aguilar o Edaf, las que han circulado hasta ahora en España, se resolvió manteniendo la visión de las ninfas en el estanque, pero ocultando el resto: “Lector, he de ahorraros los detalles del cuadro, pero si la Naturaleza os ha otorgado un corazón ardiente y unos sentidos a la par, adivinaréis el estrago que aquel espectáculo único y fascinante hubo de causar en mi pobre cuerpo…”.
Existen otros muchos cambios de palabras y de sentidos. Hay, por ejemplo, un párrafo en el que el narrador se refiere al suicidio, pero la palabra fue sustituida por “funesta idea de la muerte”. “Hay que dejarles ese pequeño consuelo, pues sin ese refugio acabarán por odiarse a sí mismos, y el odio a uno mismo lleva a menudo a la funesta idea del suicidio”, podemos leer en la nueva edición. Hay otro momento en el que Casanova elogia a la República con vítores que adornan un exaltado discurso que hasta hoy no había podido percibirse. “¿Se puede inventar algo más bello en materia de lengua que “ambulance, franciade, monarchien, sansculottisme”? ¡Viva la República!”, declara, pero en las ediciones citadas todo el párrafo fue eliminado.
Autobiografia. Ahora, por fin, llega libre de prejuicios “Historia de mi vida”, título de unas memorias que su autor hubiera querido titular ‘Las confesiones’ –nunca perdonó a Rousseau que le robase el título–. En total, se trata de unas 3.600 páginas – repartidas en dos volúmenes – en las que el manuscrito original se enriquece con todas las notas e índices que los especialistas han ido elaborando hasta hoy. “Un relato que conmueve, exalta, divierte, inspira, solaza y excita tanto la lujuria como el raciocinio”, señala en el prólogo el escritor Félix de Azúa.
¿Qué convierte a Casanova en un personaje que sigue resultando atractivo para el lector de hoy? “Lo más interesante es su capacidad para introducirse, muchas veces aprovechándose de sus relaciones con mujeres influyentes, en las más altas esferas, para hablar de tú a tú con figuras como Luis XVI, Federico de Prusia o Catalina la Grande…”, señala Mauro Armiño, traductor y responsable de la edición, quien destaca la frescura y modernidad del estilo oral de unas memorias en las que en todo momento se entabla un diálogo con el lector.
La potencia de las “Memorias” radica, según Azúa, en el recorrido que hace a lo largo de toda una vida, desde “una brillante floración en uno de los más hermosos jardines del siglo XVIII, la República de Venecia; un crecimiento deslumbrante en las cortes más poderosas de Europa; una madurez robusta, durante la cual esa viva lumbre se va achicando poco a poco, y una decadencia insoportable que sólo la muerte puede aliviar”.
Fue en esa etapa final, ya sexagenario, retirado y olvidado por todos, cuando Casanova se propuso escribir una obra que diese cuenta de sus esplendores idos. Se puso manos a la obra en el castillo de Dux (Chequia), al que fue a parar gracias a la caridad del conde de Waldstein, su último protector, quien le dio el puesto de bibliotecario.
Ya convertido en un viejo estrafalario y de extraordinaria memoria que acabó sus días convertido en objeto de mofa y vejación –los criados del castillo de Dux se reían de él y llegaron a propinarle una paliza– se propuso recuperar el pasadocon un propósito muy claro:
“Al acordarme de los placeres que he experimentado, los revivo y gozo con ellos por segunda vez, y me río de las penas que ya he sufrido y que ya no siento…”.
Ahí empieza el recuento de una vida (1725-1798) cuya ocupación principal fue siempre “cultivar el goce de los sentidos”. Las aventuras amorosas, que se iniciaron en la adolescencia, van serpenteando un camino en el que acontece de todo: encarcelamientos por líos económicos o de faldas, persecuciones por parte de la Inquisición por sus prácticas cabalísticas, cambios de actividad que lo conducen del Derecho a la carrera eclesiástica y militar en nombre de la República…
Hijo de la ilustración. La biografía trepidante de este digno hijo de la Ilustrración, despilfarrador, timador, jugador empedernido, duelista, viajero, masón, pero también cultísimo autor de libretos de ópera y de ensayos, fue inmortalizada cinematográficamente por Fellini en su célebre “Casanova” (1976), con el actor Donald Sutherland en la piel de quien ha pasado a la historia por convertir la seducción en un arte. “A pesar de un fondo de excelente moral, fruto obligado de los divinos principios arraigados en mi alma, he sido, durante toda mi vida, víctima de mis sentidos. Me he complacido en descarriarme…”, escribe en el prefacio a sus “Memorias’” una obra cuyo valor no se reduce sólo al relato de sus lances amorosos. Anecdótico resulta ya el dato de que se acostase con 132 mujeres de toda clase y condición, si se compara con la importancia de su testimonio para recorrer la Europa del siglo XVIII.
Alrededor de 100 ciudades fueron escenarios de sus andanzas en una época en la que los viajes resultaban peligrosos y quebraban la salud del más aguerrido. Hasta España llegó en una visita en la que se involucró en un proyecto de colonización de Sierra Morena, compuso un libreto de ópera en Aranjuez, mantuvo una aventura con la española doña Ignacia y fue encarcelado en dos ocasiones: una en el Buen Retiro tras ser denunciado por posesión de armas – intervino a su favor el Conde de Aranda –, y otra por liarse con Nina, la amante oficial del influyente virrey de Barcelona, el conde de Ricla.
Teresa, Lucrezia, Henriette, Ignacia, Caterina y tantos otros nombres de mujeres aparecen falseados en el original de sus “Memorias” –los ‘casanovistas’ acabaron después ubicándolos en la realidad–. Unas provenían de la nobleza; otras eran simples cocineras de posada o prostitutas. A todas las amó a su manera, con algunas tuvo descendencia y llegó a reconocer que el gran amor de su vida fue Henriette, una mujer con cierto misterio por la que llegó a convertirse –por poco tiempo– en un beato, y que fue la única de quien quemó sus cartas.
Celestino. Casanova disfrutó con la conquista y se convirtió en amigo y protector de muchas de sus amantes, llegando incluso a buscarles marido, sobre todo a aquellas que compró a sus padres a corta edad –práctica habitual en la época– asegurándoles que velaría por su felicidad.
“Fue un Marqués de Sade blanco; siempre rehuyó cualquier práctica violenta”, señala Mauro Armiño, “pero no tenía prejuicios y consideraba que el incesto era una idiotez, llegando a mantener relaciones con una de sus hijas al mismo tiempo que con su madre”.